sábado, 20 de octubre de 2012

Por clemencia...

Entre tanto, mi D. Buenaventura seguía enredado con los procesos, sin acertar a despacharlos. Las causas eran un embrollo estúpido, y en ellas no constaba nada positivo ni terminante, por lo cual los tontainas de la comisión de Estado no acertaban a condenar a muerte a ningún diputadillo. Lleno de ansiedad el Rey porque se hiciera pronta justicia, nombró una segunda comisión de Estado, y como esta se atascara también, fue preciso designar la tercera, hasta que el gobierno se cansó de comisiones que nada hacían, y supo dictar por sí aquella saludable medida que cortó de plano la cuestión. Hízolo, si se quiere, por humanidad, pues a los infelices diputados que se estaban pudriendo en las fétidas mazmorras de Madrid, les venía bien tomar los salutíferos aires de Melilla y el Peñón por ocho o diez años. Y no se crea que un Rey tan recto y tan celoso por el buen gobierno, se dormía en las pajas. Él mismo extendió de su real puño una orden, disponiendo que el Sr. Argüelles no se moviese de Ceuta, durante ocho años, sin duda porque así convenía a la quebrantada salud del Divino asturiano.

Memorias de un cortesano de 1815, capítulo IV, Benito Pérez Galdós

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