viernes, 21 de diciembre de 2012

Review - El Grande Oriente (Pérez Galdós)

Regular. Cuarta parte de la segunda serie, centrada en los trapicheos de las logias mosónicas y derivados. Más aburrido que el resto, se salva por constatar lo lamentable que era la política en aquel tiempo. Una continuación de la historia sin más. Puntuación: 4.5

viernes, 14 de diciembre de 2012

ser español

La sesión terminó alegremente entre las alegres endechas del himno, que sonaban bajo las bóvedas de la fortaleza:
        Es en vano calumnie la envidia
        al caudillo que adora el ibero;
        hasta el borde del hondo sepulcro
        nuestro grito será: ¡viva Riego!

El lector no será español si no recuerda al punto la música.

El grande Oriente, capítulo XIX, Benito Pérez Galdós

lunes, 10 de diciembre de 2012

Otra respuesta

¡Pobre hombre! La verdad es que teniendo los medios vulgares para ser feliz, no podía serlo, sin duda por repugnar a su naturaleza los vulgares medios. Pero se equivocaba al echar la culpa de sus contrariedades al destino, a las estrellas, a una crueldad sistemática de la Providencia, como es frecuente en los que razonan poco; las causas de su constante desaliento y de sus caídas teníalas dentro de sí mismo, y se atormentaba constantemente en virtud de una poderosa fuerza crítica, compañera de todos sus actos. Sin quererlo, su mente le presentaba con claridad suma todas las abominaciones y fealdades de hombres y de la vida, exagerándolas quizás, pero sin perder ninguna. Por eso, cuando el natural orden de compensaciones que preside a la existencia le conducía a una situación lisonjera y optimista, el amor, por ejemplo, se abrazaba a ella con la desesperación del náufrago; y despertando todas las fuerzas de su ser, las dirigía al caro objeto; se apasionaba y exaltaba tanto, como si toda la vida debiera condensarse en una semana y el universo entero en las sensaciones y los espectáculos de un día. Cuando el desengaño llegaba, natural invierno que con orden incontrovertible sigue al verano de la pasión y del entusiasmo, le sorprendía a tanta altura que sus caídas eran desastrosas. Otros caen de una silla y apenas se hacen daño. Él, que siempre se encaramaba a las más altas torres, quedaba como muerto.

El grande Oriente, capítulo XV, Benito Pérez Galdós