La sesión terminó alegremente entre las alegres endechas del himno, que sonaban bajo las bóvedas de la fortaleza:
Es en vano calumnie la envidia
al caudillo que adora el ibero;
hasta el borde del hondo sepulcro
nuestro grito será: ¡viva Riego!
El lector no será español si no recuerda al punto la música.
El grande Oriente, capítulo XIX, Benito Pérez Galdós
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