domingo, 28 de abril de 2013

como la vida misma


Como no había nadie a quien yo pudiera contar tales cosas, me las contaba a mí misma. Yo me consolaba diciéndome tonterías y resignándome, pues las muchas desgracias que he tenido desde niña y el verme siempre privada de todo lo que más he querido, me acostumbraron a tener mucha paciencia, muchísima. Es un consuelo un poco triste este de la paciencia; pero usándolo mucho, concluye uno por quererle y familiarizarse con él... Yo tenía... hasta mis alegrías, sí señor, alegrías a mi modo, ¡pues qué sería de nuestra alivia si no tuviese medios de sacar alguna vez de sí misma lo que los de fuera no quieren darle!...

Un faccioso más y algunos frailes menos, capítulo IX. Benito Pérez Galdós

No hay comentarios:

Publicar un comentario