miércoles, 9 de marzo de 2016

Casi siempre

La Iglesia le pareció al principio desierta, pero al avanzar hacia el altar vio a una muchacha negra, de dieciocho años a lo sumo, arrodillada en una silla del coro, con las manos unidas delante de una estatua de la Virgen; murmuraba palabras en voz baja. Concentrada en su oración, no prestó a Jed la menos atención. Él advirtió, un poco a pesar suyo, que el pantalón de tejido fino moldeaba con mucha precisión el culo de la chica, combado por la postura genuflexa. ¿Tendría pecados por los que pedir perdón? ¿Padres enfermos? Probablemente ambas cosas. Su fe parecía grande. Debía de ser muy práctica, pese a todo, aquella creencia en Dios; cuando ya no podías hacer nada por los demás -lo cual sucedía a menudo en la vida, sucedía casi siempre, en el fondo, y sobre todo con respecto al cáncer de su padre-, te quedaba el recurso de rezar por ellos.

El mapa y el territorio, capítulo 10, segunda parte - Michel Houellebecq

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