viernes, 24 de mayo de 2013

Debemos matar a los malos porque matan

-No, señor; eso me ocurrió el primer día; después, no. Ante todo, quiero que me dé usted su opinión sobre un punto que creo elemental, y que desde anoche me sugiere angustiosas dudas. Yo pregunto: ¿Dios autoriza las guerras? ¿Dios puede tomar partido por uno de los combatientes, amparándole contra el otro, o abomina por igual de todos los que derraman sangre humana?
-Amigo mío, Dios ha de mirar mejor a los que defienden sus derechos.
-¡Los derechos de Dios!, ¿qué es eso?
-Hombre, la fe... Me parece que esto es claro. Quiero decir que entre dos que luchan, Dios ensalzará al que le adora y hundirá al que le escarnece. Paréceme que de esto hay elocuentes ejemplos en la Historia sagrada y profana.
-No acabo de convencerme, señor mío... Dios ha dicho: «No matar».
-Sí; pero distingamos: salen dos grupos de hombres, uno que defiende la verdad y la justicia, otro que patrocina el error y el pecado. Cruzan las espadas. Dios ha dicho: «No matéis»; pero...
-¿Pero qué?
-Digo que es forzoso impedir, como se pueda, que el mal impere sobre la tierra
-Y esto sólo se consigue matando.
-Justo.

Zumalacárregui, capítulo VII, Benito Pérez Galdós

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