jueves, 7 de noviembre de 2013

Erre que erre

. ¡Qué delicioso país, y qué historia tan divertida la que aquella edad a las plumas de las venideras ofrecía! Toda ella podría escribirse con el mismo cuajarón de sangre por tinta, y con la misma astilla de las rotas lanzas. El drama comenzaba a perder su interés, por la repetición de los mismos lances y escenas. Las tiradas de prosa poética, y el amaneramiento trágico ya no hacía temblar a nadie; el abuso de las aventuras heroicas llevaba rápidamente al país a una degeneración epiléptica, y lo que antes creíamos sacrificio por los ideales, no era más que instinto de suicidio y monomanía de la muerte.

Montes de Oca, capítulo XXIII, Benito Pérez Galdós

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