jueves, 31 de marzo de 2011

El beso

El agua seguía fluyendo sin saber adónde ni para qué. Fluía igual que en el mes de mayo; en aquel entonces, se había vertido a un gran río, de allí había pasado al mar, luego había ascendido al cielo en forma de vapor, más tarde había regresado en forma de lluvia...de modo que tal vez fuera esa misma agua la que fluía ahora ante los ojos de Riabóvich...¿Por ?
qué?¿Para qué?
Y el mundo entero, la vida entera le parecieron a Riabóvich una broma incomprensible y absurda...Al apartar los ojos de las aguas y dirigirlos al cielo recordó de nuevo cómo el destino, en la persona de una mujer desconocida, le había acariciado casualmente; recordó los sueños y las imágenes del verano y su vida se le antojó extraordinariamente pobre, triste y anodina...
Cuando regresó a la isba, no encontró en ella a ningún compañero. El ordenanza le informó de que todos se habían ido a “casa del general Font Riabkin”, que había enviado a un emisario a caballo para invitarlos... Por un instante en el pecho de Riabóvich surgió un destello de alegría, pero éste se apresuró a apagarlo y, contrariando a su destino, como queriendo fastidiarlo, se negó a acudir a casa del general y se metió en la cama.

El beso, Antón Chéjov

miércoles, 30 de marzo de 2011

REVIEW - Confesiones (San Agustín)

Regular. Apto exclusivamente como modo de estudiar el problema de la verdad. Sin ojos de epistemólogo se convierte en una justificación universal de la obra de Dios. Merece la pena ver la influencia que este libro a tenido en temas de teoría del conocimiento para autores como Dante sin ir más lejos. Se puede ver incluso, esbozada, la teoría wittgensteniana de la verdad. Cosas de la vida. Recomendado sólo a gente con interés en epistemología.

martes, 29 de marzo de 2011

la unidad asintética de la razón

No tengo la sensación de recordar, sino de ver. La mirada abarca desde aquí los paisajes ondulados y extendidos del tiempo hasta más allá de los perfiles azules que hace veinte años limitaban el porvenir y la forma del mundo. Bajo por los caminos, entre las tapias hundidas de las huertas, y no sé distinguir la felicidad del dolor ni los sentimientos de quien yo soy ahora mismo de los que pertenecían a quien fui en el último invierno de mi vida en Mágina. Tal vez al acordarme de ese muchacho de diecisiete años que es en gran parte un desconocido lo estoy inventando en la misma medida arbitraria en que él me inventaba a mí: pero su imaginación no llegó a tanto, no era capaz de vaticinar nada que le ocurriera después de los treinta años, no se atrevía. Y sin embargo yo soy ahora el forastero en que él deseó convertirse, y me intriga pensar que alguna vez imaginó un regreso parecido a éste y que de algún modo me posee por haberlo previsto, igual que mi bisabuelo Pedro temía que le robaran la figura y el alma si le tomaban una foto. Previó a los diecisiete años, por estos mismos caminos, que cambiaría él, y que cuando volviera todo seguiría inalterado: ahora comprendo que se equivocó. Ya no soy quien fui, y por eso puedo hablar de mí mismo en tercera persona, pero aun siendo otro he cambiado mucho menos, para mi fortuna o mi desgracia, que la realidad exterior.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

lunes, 28 de marzo de 2011

el placer del dolor

¿De dónde, entonces, que el gemir, llorar, suspirar y quejarse sea tenido por fruto suave, cogido de la amargura de la vida?¿Es, por ventura, dulce en el llanto la esperanza que tenemos de ser escuchados por ti? Así es, ciertamente, cuando oramos, pues la súplica lleva siempre el deseo de que llegue a ti. Pero, ¿se puede decir lo mismo del dolor de las cosas perdidas y del llanto que entonces me inundaba? Pues no esperaba yo que él volvería a la vida, ni era esto lo que yo pedía por medio de mis lágrimas. Simplemente me dolía y lloraba, porque estaba desmoralizado y había perdido mi alegría. ¿O es que también el llanto, cosa en verdad amarga, nos deleita sólo por el hastío que sentimos hacia aquello que un tiempo nos agradó y que luego aborrecimos?
Confesiones, San Agustín, Libro IV, capítulo 5

sábado, 26 de marzo de 2011

aquello que en el fondo siempre supiste

Cómo puede odiar uno tanto a quien ha querido, cómo es posible que la persona más próxima sea también la más extraña. Lo miraba y no comprendía cómo pude haberme casado con él, peor aún, cómo pude engañarme a mí misma hasta el punto de creer que estaba enamorada y de que quería un hijo suyo. Pero qué desastre, no sé lo que he hecho con mi vida, lo que he estado a punto de hacer. (…) . Me gustaba vivir sola con mi hijo, pero los viernos por la tarde, cuando él venía a recogerlo y se derrumbaba en el sofá con cara de víctima y sin despegar los labios, todo volvía a ser igual, el remoridmiento, la sensación de haber caído otra vez en una tela de araña que seguía asfixiándome aunque yo manoteara para desprenderme de ella, y si no me rendía era por pura obstinación, no contra él, sino contra mí misma, contra la certeza agobiante de que estaba haciéndole una canallada y permitiéndome el antojo de vivir sola a costa de su desgracia. Me preguntaba, dime qué te he hecho yo, dime en qué me he equivocado, casi suplicándome, y yo no podía darle una respuesta consistente, porque el mal o la equivocación no estaban en él, sino en mí. Él se había limitado a actuar según sus principio y su carácter, y cuando acepté casarme yo sabía exactamente cómo era y por qué nunca me acabaría de gustar. Estaba tan enamorado y confiaba tnato en mí que yo casi logré convencerme de que también lo quería. Él no tenía la culpa de no ser un amante que me trastornara. Nos deseábamos, pero no con locura, y a mí el deseo me importaba mucho más que a él. Era bondadoso, era atractivo, era honesto, compartíamos la mayor parte de nuestras opiniones y de nuestros gustos, pero había algo inconciliable entre nosotros. Yo lo notaba y él no, y fui tan desleal o tan cobarde que no se lo advertí. Era una insatisfacción sin motivo que se volvía más oculta y más amarga con el tiempo, una especie de despecho mezquino, no por algo que él hiciera sino por lo que no hacía, una irritación que se cebaba en cualquier detalle de su manera de hablar o de moverse, en pequeñas manías personales que no tenían nada de ofensivo, pero que me desagradaban como insultos. ALguinas veces lo engañé. Pero volvía a casa por la noche y lo encontraba dándole la cena al niño y me moría de vergüenza al ver con qué naturalidad se creía el imbuste que yo había inventado para justificar mi retraso. Era tan íntegro y tan feliz que no podía imaginarse que yo lo engañara. Pero no es un crimen no querer a alguien. Me ha costado años atroces aprender que el único delito es fingir y callar mientras crece el infierno, ese silencio al acostarse cada noche, ese horror de estar sentados en el sofá y hacer de vez en cuando comentarios sobre una película y pasar días enteros sin mirarse a los ojos, ni siquiera en la cama, ni en el cuarto de baño si se coincide en él para lavarse los dientes, un sentimiento de resignación y fatalidad que se reproduce dentro de uno como un cáncer, una desgana de vivir que es más venenosa porque no altera la superficie de las apariencias.No ocurre nada malo, nadie grita, no hay lágrimas ni acusaciones rencorosas, nada más que silencio o palabras comunes. Se pone uno el pijama, se lava los dientes, va al dormitorio del niño por si se ha destapado, conecta el despertador mientras el otro se mueve como una sombre o dice algo o bosteza, ocupa su lado de la cama, incluso puede que haya un beso de buenas noches, y una sonrisa antes de apagar la luz, o que ne la oscuridad se anime un simulacro de deseo, los dos callados y jadeando sin verse las caras, por fin el alivio de cerrar los ojos y no tener que decir nada, quedarse quieto y encogido y respirar como si ya se estuviera durmiendo.
El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

jueves, 24 de marzo de 2011

REVIEW - Mass Effect: revelation (Drew Karpyshyn)

Good, recommended book as an introduction to the Mass effect universe. Fast, agile and with lots of data about this universe. It doesn’t surprise but what it does, it does it well. Recommended

miércoles, 23 de marzo de 2011

recuerdo II

Y entonces me acordé de ti, me acordaba siempre que estaba desesperada, y entendí con un retraso de quince o dieciséis años lo que te había ocurrido, hasta me disculpé un poco por haber sido injusta contigo. Te parecerá mentira, pero en todos estos años nunca he llegado a olvidarte. He vivido unas veces en América y otras en España, me he enamorado de cuatro o cinco hombres, he trabajado en los oficios más raros, me he casado y me he divorciado, he parido un hijo, no he vuelto a ir a Mágina, pero yo creo que no ha habido nadie de quien yo me acordara más que de ti, ni siquiera mi padre.
El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

lunes, 21 de marzo de 2011

REVIEW - La batalla de los arapiles, Benito Pérez Galdós

Muy bueno. Décimo y último libro de la primera serie de los episodios nacionales. Muy buena finalización de una serie que está a la altura de grandes clásicos como Guerra y paz en cuanto mezcla de guerra, historia y novela. Un final quizá demasiado rápido pero que no desmerece ese regusto que queda tras finalizarlo de haber leído uno de los grandes de la literatura de todos los tiempos. Esta serie es la más recomendada para cualquier amante de las extensas novelas llenas de acción, aventura, amor…un auténtico clásico menospreciado por todos. Una lástima, pero por mí que no quede: ¡¡el mejor!!

domingo, 20 de marzo de 2011

recuerdo

Fui un rato detrás de ti y hasta creo que te llamé, pero me veía ridícula, casi tan ridícula y tan humillada como cuando José Manuel me dijo unos días antes que seguía queriéndome y que no me olvidaría nunca, pero que iba a dejarme. Si tú vas a dejarme alguna vez por favor no me digas nada de eso, no digas que es mejor para los dos y que has sufrido mucho hasta decidirte, o que no me olvidarás, o que a pesar de todo a los dos nos quedará un buen recuerdo, di simplemente que te vas y no expliques nada ni tardes más de dos minutos en salir por la puerta, no me mires con cara de compasión ni de tortura ni de sacrificio, vete y no vuelvas, líate con otra o hazte fraile o pégate un tiro pero no aparezcas nunca más delante de mí.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

sábado, 19 de marzo de 2011

REVIEW - El jinete polaco

Muy bueno. Libro rico, profundo y extenso, lleno de ese sentimiento que tan bien sabe dar Muñoz Molina. Sin embargo abundan demasiadas cosas fuera de la historia principal y se hecha de menos un poco más de destilación como, por ejemplo, con el invierno en Lisboa. Aun así, un gran libro.

jueves, 17 de marzo de 2011

olvido

Lo deseaba tanto que se ofrecía sin defensa a la maravilla o a la decepción, a la probable miseria del azar, porque iba a acostarse con un desconocido y acallaba temerariamente no sólo la cobardía y el recelo, sino también el sordo chantaje de la experiencia y el dolor. Repara entonces en el baúl todavía cerrado, en el cilindro de cartón, se acuerda del sótano de la residencia de ancianos y de la antipática empleada de uniforme que le hizo firmar un recibo después del entierro, hace sólo dos días, ya de noche, cuando volvió del cementerio y empezaba a nevar. Pensó en su padre recién sepultado bajo la tierra húmeda y oscura y tuvo el sentimiento culpable de que lo abandonaba. Era la primera noche que él iba a pasar en la muerte.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

miércoles, 16 de marzo de 2011

gracias

Allison, dice, Allison, Allison, como si de verdad estuviera enamorado de ella y repitiendo su nombre pudiera atraerla hacia él desde el confín de Nueva York o de América en el que se haya escondido. Pero lo extraño no es no poder encontrarla, sino haberla conocido y confabularse tan rápidamente con ella en contra del cálculo de posibilidades, con la de gente que hay en el mundo, como decía el tío Pepe, si hasta da mareo pensar en el número de nombres ordenados por orden alfabético en la guía de teléfonos de Nueva York, millones de hombres y mujeres hablando en miles de idiomas y no hay manera de encontrar a un semejante cuando más falta hace, así que más vale agradecer la buena suerte de una noche y no ceder ni un minuto a la desesperación, volver a Europa, instalarse en Madrid, ahorrar para un piso e irse acostumbrando a la cercanía de los cuarenta años, qué asco de pronto, así que esto era la vida: pero agradece al menos que no se te ha caído el pelo todavía ni te ha salido barriga, dice la sombra, que no te has dado a la heroína ni al alcohol ni a la religión ni vistes pantalones abolsados ni suéteres de marca ni tienes un despacho ni un cargo político, que no llevas en el bolsillo un recipiente plateado para la cocaína, que no estás abrumado por la paternidad ni acomodado en el matrimonio y en el adulterio, que no te has quedado paralítico por culpa de un accidente de tráfico, que no te has vuelto idiota de nostalgia por un pasado heroico que nunca existió, que te has librado del cepo de las oficinas y has sobrevivido sin cicatrices mortales a los frecuentes naufragios del amor.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

martes, 15 de marzo de 2011

el éxito

Pero me dan miedo esas palabras, nunca y ahora, a los amantes les gusta mucho repetirlas, seguro que tú y yo se las hemos dicho a otros, nunca he querido a nadie como a ti, ahora soy más feliz que nunca, nunca he gozado tanto, yo las odiaba cuando me encontré contigo, había decidido curarme del amor, más o menos como quien se quita del tabaco, me sublevaba su prestigio, su vacuidad, su omnipresencia, todas las canciones y todos los libros y todas las películas mareando el amor, en todos los idiomas, todos los amantes jurándose nunca y nunca más y sólo ahora y para siempre, todo el mundo esperando el amor, o fingiéndolo, o haciéndolo, o echándolo de menos, o sufriendo rabiosamente por él, por nada, por haber leído libros o escuchado canciones donde la gente se enamora, muriéndose por lograrlo cuando no lo tienen, pagando y mintiendo y humillándose para conseguirlo, asfixiándose de tedio, de desengaño, o de simples ganas de huir o  de quedarse solos en la cama cuando lo alcanzaban, falsificando caricias y orgasmos, qué palabra, deberían prohibirla, gimiendo como perros, disimulando la indiferencia o el asco en la oscuridad, fumando luego en la cama mientras guardan silencio porque no saben qué decirse o porque si abren la boca no podrán contener el bostezo, o peor aún, comentando juiciosamente las miserables peripecias para ennoblecerlas con la vaselina de la sinceridad, repitiendo posturas o palabras que han aprendido en un vídeo pornográfico, perversiones modestas, acuñando groseros diminutivos que los harían enrojecer de vergüenza si se los oyeran a otros, imaginando con los ojos cerrados que abrazan otro cuerpo y dicen otro nombre.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

lunes, 14 de marzo de 2011

Verdad verdadera

Qué alivio, en el cuartel de Mágina, despertarse en una cama donde estaba solo, en una habitación donde no había más que una mesa desnuda y una pequeña estantería y un grabado en la pared y adonde no entraba nadie más que él y su ordenanza, porque no tenía la costumbre, como otros oficiales, de invitar a los compañeros a beber y a jugar a las cartas y a hablar zafiamente de mujeres después del toque de silencio. Nadie sabía su secreto: carecía tan absolutamente de vocación militar como de cualquier otra vocación imaginable. Era como si desde que nació le hubiera faltado un órgano interno que los demás hombres poseían, pero cuya ausencia no era perceptible y podía hasta cierto punto ser disimulada con éxito. En lugar de ese órgano, una especie de víscera que segregaba orgullo y coraje y honor, el comandante Galaz imaginaba desde la adolescencia que tenía una oquedad de aire, un espacio oculto y vacío, como un cofre sellado que no contiene nada. Pero también hay hombres que viven con un solo riñón y cobardes que se vuelven héroes en un rapto de pánico. Para no ser descubierto había pasado la primera mitad de su vida cumpliendo con una exasperada precisión hasta las normas más ínfimas de la disciplina militar. En el internado, en la academia, en las guarniciones de la Península en donde estuvo sirviendo desde los veinte años, veía a otros permitirse negligencias a las que él nunca accedió. Bebía muy poco, fumaba al día cinco o seis cigarrillos, y los fumaba siempre a solas, en su habitación, no porque temiera alentar en los otros alguna sospecha de debilidad, sino porque el tabaco le procuraba un efecto narcótico al que únicamente en la soledad le parecía prudente abandonarse.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina