jueves, 17 de marzo de 2011

olvido

Lo deseaba tanto que se ofrecía sin defensa a la maravilla o a la decepción, a la probable miseria del azar, porque iba a acostarse con un desconocido y acallaba temerariamente no sólo la cobardía y el recelo, sino también el sordo chantaje de la experiencia y el dolor. Repara entonces en el baúl todavía cerrado, en el cilindro de cartón, se acuerda del sótano de la residencia de ancianos y de la antipática empleada de uniforme que le hizo firmar un recibo después del entierro, hace sólo dos días, ya de noche, cuando volvió del cementerio y empezaba a nevar. Pensó en su padre recién sepultado bajo la tierra húmeda y oscura y tuvo el sentimiento culpable de que lo abandonaba. Era la primera noche que él iba a pasar en la muerte.

El jinete polaco, Antonio Muñoz Molina

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