domingo, 29 de diciembre de 2013

Inercia

Acordarse de ella acentuaba el desasosiego íntimo del arrepentimiento, la incomodidades de encontrarse en una situación inusual que lo desconcertaba mucho, y de la que ya no iba a salir al menos en dos o tres horas. Le había faltado entereza para decir que no a la invitación de la maestra, aunque estaba muy cansado y le apetecía irse a la cama con un valium y dormir toda la noche. Ahora, muy hondo dentro de él, aparte de su inhabilidad absoluta para mantener una conversación fluida que no tuviera que ver con su trabajo, notaba la irritación egoísta de quien se ha acostumbrado a los horarios rígidos y a no tratar con nadie y no tiene ya paciencia para las ficciones de la sociabilidad ni acepta con agrado el menor trastorno de su monotonía.

Plenilunio, Capítulo 16. Antonio Muñoz Molina

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