viernes, 15 de marzo de 2013

El verdadero significado de "haz lo que quieras" de las mujeres

-¡Y vacilas, hombre pequeño y miserable! ¡Y tiemblas, cobarde! ¡No eres capaz de ningún acto sublime y generoso, gusano despreciable, y te has atrevido a poner los ojos en mí. ¡No eres capaz del sacrificio y has osado mirarme con amor, como si yo, mujer noble, hermosa y consagrada a Dios, pudiera acogerte sin merecimientos grandes, tan grandes como la inmensa escala que he de recorrer descendiendo desde mi altura a tu pequeñez!... Quítate de mi presencia, reptil despreciable; juzgué posible no aborrecerte, juzgué posible amarte; pero esto no puede ser, no, no puede alterarse la ley que prohibió a los sapos brillar como las estrellas del cielo. Quítate de mi presencia... ¿En dónde está ese corazón tuyo que llamas grande y es incapaz de un sentimiento de sublime piedad y abnegación? No tienes más que los estúpidos ardores de la bestia, y a eso llamas amor, miserable. Llamas amor a ese instinto de manchar, que es propio de los más bajos seres... y te has atrevido a mirarme, a mirarme a mí, que vivo de lo ideal, de los sentimientos puros, de las ideas castas y nobles... ¡Ves morir con ignominia a un inocente, acusado de un crimen cometido por ti, y no sientes piedad!... ¡Dices que me amas y no eres capaz de morir por mí! ¿Qué amor es ése que se atreve a llamarse tal sin conocer el sacrificio?... Me causas horror; vete, mátate cien veces; te aborrezco, no tendrás de mí ni aun la compasión que inspira el pobre insecto en el momento en que lo aplastamos con el pie; vete, te digo que te vayas, ¡maldito!
Dio algunos pasos, inclinose, recogió del suelo el puñal que poco antes soltara Tilín, y arrojándoselo a los pies le dijo:
-Toma tu cuchillo, puedes matarte de despecho por no haber poseído el tesoro que robaste, ladrón. Necio, estúpido, ¡cómo pudiste creer que Dios permitiría a la paloma casta y hermosa caer en el nido del murciélago asqueroso?... Puedes matarte delante de mí, aplacando con tu sangre el ardor de tus sentidos; no te tendré lástima y miraré tu agonía con asco, no con lástima... y bajarás volando al Infierno, donde arderás más y más, y estarás viéndome eternamente, y deseándome eternamente, y padeciendo los más horribles tormentos, siempre, siempre, sin poderme alcanzarme nunca, sin poder llegar a tocar mi hermosura con tus dedos inmundos... y con una eternidad de suplicios expiarás la inmensidad de tu sacrilegio.

Un voluntario realista, capítulo XXX, Benito Pérez Galdós

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