Por su parte, Julien, desde su llegada al campo había vivido como un verdadero niño, correr tras las mariposas lo había hecho tan feliz como a sus discípulos. Después de tanto forzamiento y tanta maquinación, solo, lejos de las miradas de los hombres, y no temiendo, instintivamente, nada de la señora de Rênal, se entregaba al placer de existir, tan intenso a su edad, en las montañas más hermosas del mundo.
Rojo y negro, capítulo 8. Stendhal.
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